La Fageda, un caso de éxito inclusivo que se estudia en las universidades

¿Puede una cooperativa dedicada a la fabricación artesanal de yogures, postres, mermeladas y helados convertirse en un paradigma exitoso de lo que entendemos por crecimiento inclusivo? La respuesta está en una finca de 16 hectáreas a la que se llega atravesando uno de los hayedos más espectaculares de Europa, en la comarca de La Garrotxa (Girona).

 

La cooperativa La Fageda ha logrado con su modelo empresarial un producto de calidad reconocido que incluye la inserción social y laboral de personas con capacidades diversas y jóvenes en riesgo de exclusión.

Para conocer su historia, es necesario remontarse al origen. Cristóbal Colón Palasí (1949) es un aragonés que quedó huérfano a los 14 años. Tras estudiar el oficio de sastre, a finales de la década de los sesenta entró en contacto con un psiquiatra que le invitó a conocer el manicomio de las Delicias de Zaragoza. La impresión que le causó ver lo que ocurría intramuros de aquel viejo psiquiátrico cambió su vida. Abandonó la sastrería para trabajar en ese centro y años después decidió poner en marcha lo que a ojos de muchos era una auténtica locura: una cooperativa de jardinería y vivero formada solo por internos del psiquiátrico de Salt (Girona). Sucedió en 1982 y la sede principal era un local cedido por el ayuntamiento de Olot (Girona).

Pionero en la inserción social y laboral de las personas que padecen un trastorno mental, Colón era consciente de que solo un trabajo digno podía aportar la autoestima, el orgullo y el sentido necesario. A los pocos años, la actividad pasó de las plantas a las vacas, y en 1993 comienza la producción y venta de yogures. Hoy, La Fageda se estudia como caso de éxito en universidades.

“La visión, fuerza interior, inquietud y sensibilidad de su fundador han sido imprescindibles para que este proyecto saliera bien”, explica Albert Riera, Director de Comunicación de la Cooperativa.

Destaca como valores esenciales la coherencia entre pensamiento y actuación, la creencia de que cada persona puede tener su trabajo idóneo, la responsabilidad con la sociedad, el entusiasmo como generador de motivación, el esfuerzo y la calidad del producto final.

“Y lo más importante, la persona siempre está en el centro. El nivel de exigencia es fuerte y lo enfatizamos en la calidad de los productos. Queremos hacer las cosas bien porque el consumidor puede pagar un euro más, sentir que colabora en una iniciativa positiva, pero lo que quiere, al final, es comerse un buen yogur”, explica Riera.

Los colectivos que trabajan y se forman hoy en La Fageda son personas con discapacidad, personas con esquizofrenia o con síndrome de Down. También, jóvenes en riesgo de exclusión y parados de larga duración. El modelo funciona con cuatro sociedades y más de 300 trabajadores.

La actividad productiva (productos lácteos, jardinería y granja) está dirigida por La Fageda Fundació. Por su parte la fundación Serveis Assistencials de la Garrotxa, se encarga de las terapias ocupacionales, los hogares-residencia y el servicio de integración. La cooperativa original es hoy una cooperativa de consumidores que promueve la integración de los trabajadores y sus familias. Demás, la empresa El Faig de la misma compañía, ofrece trabajo a personas en riesgo de exclusión.

Del total de empleados, 152 tienen certificado de discapacidad y el 79 % de los contratos son indefinidos. Fabrican más de 83 millones de yogures y postres lácteos, más de 80.000 kg de helado y 30.000 de mermeladas. Sus ventas superan los 21 millones de euros y están comprometidos con el entorno: en el último ejercicio han reducido un 7 % el consumo eléctrico, un 19 % el consumo de agua en fábrica –la mayoría proviene de fuentes propias– y un 20 % el consumo de papel impreso.

“Aunque ahora ganamos dinero –afirma Riera–, no podemos perder de vista la razón por la que nacimos. Por eso tratamos bien a las personas, a los animales y al entorno. Intentamos que nuestros proveedores sean aliados donde manda la fidelidad y el buen hacer. Tenemos una planta depuradora de aguas residuales, una planta de biomasa y otra para compostar; y ahora estamos buscando el sustituto del plástico para los envases”.

Su actividad productiva y de inclusión está enraizada en la comarca de La Garrotxa.

“Para que salga bien la integración (de los trabajadores) tenemos que buscar alianzas porque nuestros principales socios capitalistas son el Estado y las administraciones públicas. No olvidemos que somos una cooperativa y centro especial de empleo”, añade Riera.

Esa implicación se materializa también en la organización de jornadas para emprendedores. En los últimos ocho años han pasado por La Fageda más de 500 alumnos y su modelo se imita en México, Argentina, Perú y otros lugares de España. Al no hacer publicidad, su principal herramienta de marketing son las visitas a la cooperativa. Más de 50 000 personas al año pagan una entrada para conocer la experiencia y degustar los productos de la cooperativa.

“También vienen a vernos empresas buscando un propósito. Saber por qué existes es nuclear. Si lo encuentras, te girarás seguro hacia lo social y no solo hacia la cuenta de resultados. Las organizaciones no existen, existen las personas”, insiste Riera.

La pandemia ha trastocado la vida cotidiana de sus empleados, pero La Fageda ha conseguido vender más productos durante el estado de alarma y por eso no ha habido despidos ni ERTE.

“Los psicólogos y educadores hicieron un confinamiento selectivo y los que se quedaron en planta tuvieron un día más de descanso. No se tocó el sueldo de ningún empleado”.

Entre las ideas futuras está la de crear una universidad para estudiar las evidencias científicas de tantos años de trabajo en la situación de los empleados, en su salud y dignidad como personas.

“Aquí no solemos hablar de inclusión porque no hace falta. Cuando viene alguien de fuera muchas veces no sabe quién es el loco y el cuerdo, el jefe y el que no lo es”, concluye Riera.

 

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